2009/07/19

Faer Dibhram. De nuevo al volante


Aquella escena empezaba a aburrir

“Bueno, ya tienen a sus muertos, y ahora ¿qué?” pensaba el joven piloto.

Todo en él destacaba: su manera de vestir, algo excéntrica, resaltaba. Se hallaba agachado, en cuclillas, observando las ejecuciones, mientras sostenía en su mano una de las mayores rarezas que podían quedar en el mundo: una taza de café, de las cosechas secretas que quedaban desperdigadas por los planetas. Todo ello llamaría la atención, si no fuera por la posición en la que se encontraba, también destacable. Se hallaba lejos de la gente, que empezaba a parecer enloquecida una vez saciada su sed de sangre, en uno de los poyetes de los altos edificios. Podía mirar a los ojos al poderoso Lord sin alzar ni bajar la mirada.

Todo aquel barullo podía descontrolarse en cualquier momento, por lo que decidió apurar su taza y pisar de nuevo la calle peatonal.

Una vez abajo, casi no pudo dar una quincena de pasos, pues tuvo un encuentro algo indeseado.

- ¿Qué es lo que he hecho ahora? – preguntó con sorna, alzando las manos enguantadas, hacia los soldados frente a sí.

- ¿Faer Dibhram? - No esperó el soldado ni siquiera respuesta – Síguenos, maldito tarado, debías permanecer junto a tu nave, ¿no es así?

Dibhram sonrió mientras sacudía levemente la cabeza, y siguió a los soldados que les servían de escolta. Su esbelta figura destacaba frente a los corpulentos uniformes de la soldadesca, por lo que atraía más miradas de lo común.

Lo guiaron hasta la zona de tácticas espaciales, donde Faer recordó las convocatorias para nuevos cadetes, prestos para surcar el espacio.

"Venid, venid y alistaos. Ellos solo quieren ver a más hijos muertos" pensó Faer amargamente.

Su mente siguió vagando, entre aquellos oscuros pensamientos y la próxima taza de café que se volvía loco por tomar, mientras escuchaba la nueva reprimenda de su superior. Nada escuchó, y cuando terminó, se dirigió a su nave, no sin antes sorprenderse de ver a un grandullón frente a las mesas de las convocatorias. El soldado que apuntaba a los novatos parecía amedrentado del tamaño de aquel hombre, pero para Faer desapareció el temor cuando vió la expresión de infinita ternura con la que miraba a una niña que esperaba junto a él, mirándolo todo con curiosidad.

Faer continuó su camino, deseando sentir el tacto del mando de su nave en sus manos, y haciendose preguntas, entre ellas:

"¿Que será de la niñita de aquel grandullón?"



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