2009/07/11

El precio del orden


El sol se alzaba triunfante, un día más. Luchaba intensamente por salir del horizonte, pero se alzaba rojo.
Ese amanecer marcaba nueva esperanza para muchos, otra jornada que afrontar, con sus alegrías y sus penas. Para unos pocos significaba el fin.

Las plataformas estaban preparadas, y las sogas se balanceaban a la caricia del viento. El pueblo se empezaba a reunir alrededor, y la expectación comenzaba a llenar la gran plaza. Muchos miraban, mezclando el sadismo y el miedo, las grandes lanzas, prestas a cumplir su función.

Muchas miradas se alzaban también hacia el balconal, desde donde debía dirigirseles el héroe, el salvador, el dueño de los mundos.


Lord Hieronymus esperaba. Había mantenido la misma posición durante largo tiempo, aún cuando no se había alzado el sol. Las manos cruzadas sobre la espalda, y murmurando una plegaria que ni siquiera sabía a quién enviar.

La luz solar cayó sobre sus párpados, pero continuó orando. La multitud expectante iba llegando, con sus voces ensordeciendole, y provocando que se aceleraran los latidos de su corazón. Al fin volvió a ver el mundo. Un débil murmullo le sacó de sus oraciones. A su lado, estaba Freich, un humilde servidor al cuál había nombrado su consejero.
-Majestad.
-Decidme, Freich, y por cierto...no me llames majestad. No soy un rey, soy un servidor, como todos nosotros. No llevo realeza en la sangre-tras callar invitó al consejero a hablar con un ademán con la mano.
-Con todos mis respetos, Lord ¿Es realmente necesario...?
-Me temo que sí- le interrumpió el lord hundiendo su rostro en sombras.
-Pero muchos de ellos han trabajado con usted, a algunos de ellos les conoce...
La mano de Lord Hieronymus salida bruscamente de las sombras desde donde estaba rezando paró en seco las dudas de Freich.
-Lo sé. Pero se interponen en el camino del orden, y me duele, créeme.-hizo una pausa para soltar un grave suspiro- Este, Freich, es el precio del Orden. Y no lo digo yo, lo dice el pueblo. Como se suele decir, el pueblo ha hablado.
-Si, Lord. -fue la queda respuesta del discípulo, que se retiro caminando de espaldas.

Lord Hieronymus volvió la cabeza, hacia un soldado que esperaba órdenes a unos pasos tras de él. Su rostro impasible no se inmuto cuando el Lord asintió con la cabeza. Saludó y se retiró rápidamente. Lanzó las manos y abrió las puertas del balconal hacia la gran plazas.

La ovación surgió de todas las gargantas de los allí presentes, en mitad del júbilo y las miradas de admiración ciega. Alzó una mano y la multitud fue callando poco a poco.

- Mi estimado pueblo - su voz rota inundó la plaza - El nuevo orden ha llegado, y con él los que se opongan a la paz que todos nos esforzamos por construir han de ser... eliminados.

Varios soldados entraron en escena, trayéndo consigo a los infelices que se habian rebelado contra Lord Hieronymus. Este los siguió con una expresión que intentaba ser fría, pero engañaban sus ojos, por los que las lágrimas enloquecían por brotar. Sobre todo cuando sus ojos se tropezaba con los de un conocido con la mirada con el brillo de una persona que se siente traicionada.


Los gritos desgarrados flotaban por doquier. Ya colgaban algunos cuerpos en sus sogas, y otros se sostenían entre espasmos agónicos, empalados en las largas lanzas.
Y sobre ellos, el magnífico Lord, que traía la paz y el orden sobre el caos, dispuesto a arrasar con cualquier enemigo.

Nadie escuchó desde el alto emplazamiento desde donde se hallaba, mientras mantenía la vista fija en el horizonte, como ahogaba un gemido precedente del llanto.



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